Este año 2021 ha sido elegido por la Organización de las Naciones Unidas como el Año Internacional de la Economía Creativa, un hecho que ha motivado al equipo detrás de Monograma. Revista Iberoamericana de Cultura y Pensamiento para crear un número especial dedicado a un tema muy importante en la actualidad, el de el vínculo entre la economía creativa y el desarrollo sostenible.
Para elaborar este número especial de Monograma, en FIBICC hemos contado con la colaboración de la Cátedra Iberoamericana Alejandro Roemmers de Industrias Culturales y Creativas de la Universidad Miguel Hernández (UMH) y de su codirector, Juan José Sánchez Balaguer.
Como muchos sabrán, 2021 ha sido elegido por la Organización de las Naciones Unidas como el Año Internacional de la Economía Creativa, un hecho que ha motivado al equipo detrás de Monograma. Revista Iberoamericana de Cultura y Pensamiento para crear un número especial dedicado a un tema muy importante en la actualidad, el de el vínculo entre la economía creativa y el desarrollo sostenible.
Y es que estamos ante un acontecimiento realmente importante: las Industrias Culturales y Creativas (ICC) han sido reconocidas por una de las mayores y más influyentes organizaciones del mundo como un pilar básico dentro del desarrollo económico de las próximas décadas. Y, como cabe esperar, este desarrollo deberá estar unido a otro concepto clave, el de la sostenibilidad, que ya está cambiando millones de conciencias y ocupando buena parte de las agendas políticas de gobiernos en todo el planeta.
El análisis del contexto actual, marcado por la pandemia del coronavirus, en la que aún estamos inmersos, es también una cuestión fundamental que abordamos en este número, dado el profundo impacto que ha supuesto la pandemia en las ICC, tanto a nivel económico y de empleo como a nivel social y cultural.

Portada de Monograma Nº9: economía creativa para el desarrollo sostenible.
Para elaborar este número especial de Monograma, en FIBICC hemos contado con la colaboración de la Cátedra Iberoamericana Alejandro Roemmers de Industrias Culturales y Creativas de la Universidad Miguel Hernández (UMH) y de su codirector, Juan José Sánchez Balaguer. En cuanto a los colaboradores que han aportado sus ensayos y reflexiones, este número incluye trabajos de, entre otros, Ernesto Ottone R. (subdirector general de cultura de la UNESCO), Marisa Henderson y Carolina Quintana (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo), Rebeca Grynspan (secretaria general de la Secretaría General Iberoamericana) y Elena Rosillo (periodista musical y programadora de la Sala Vesta, en Madrid).
Con esta nueva publicación de Monograma hemos pretendido también materializar una idea aún más ambiciosa: la de crear una red cultural iberoamericana que establezca puentes con los que compartir información e iniciativas, así como fomentar la colaboración y cooperación a través de estrategias de difusión.
A continuación compartimos una muestra de textos extraídos de las 420 páginas de Monograma nº9:
Extractos de Monograma nº9: economía creativa para el desarrollo sostenible
Desde el principio el arte tuvo un carácter social. Las maravillosas pinturas rupestres de Francia y España, fueron pintadas en las zonas más profundas e inaccesibles de las cuevas. No era una simple decoración, formaban parte de un ritual destinado a fines muy prácticos, conseguir el control de los bisontes, ciervos y caballos salvajes cazados para comer. La danza y las canciones tenían el mismo propósito.
Tras milenios solo ocasionalmente en contacto con el mercado, donde se realiza y se renueva con criterios mercantiles y comerciales, la producción de arte se ha convertido en objeto económico de aquel, gracias al poder que ejercen las nuevas tecnologías de la comunicación sobre nuestra vida, y que se nos presenta como un simple hecho comercial basado en la venta de experiencias personales y cuya esencia es la privatización de esos bienes y servicios culturales.
La industria cultural —un término de los años treinta creado por los sociólogos alemanes Theodor Adorno y Max Horkheimer— es uno de los sectores que está creciendo más rápido en la economía mundial. El cine, la radio, la televisión, la industria de la grabación, el turismo global, los centros destinados al entretenimiento, ciudades creativas, ciudades musicales, la moda, entre otros conforman la vanguardia comercial de la era del capitalismo cultural.
Estamos entonces en un escenario de capitalismo cultural en pleno auge y desarrollo, apropiándose no solo de los significados de la vida cultural y de las formas de comunicación artísticas que los interpretan, sino también de sus experiencias de vida. El arte, antaño adversario de los valores mercantiles, es ahora su primer apóstol y principal comunicador. Al fin, los fabricantes de experiencia constituyen un sector clave, quizás de los principales de la economía, y somos la primera cultura en la historia que emplee alta tecnología para manufacturar el más perdurable de los productos: la experiencia humana.
Cuestiones para el debate entre economía y arte. Reflexiones desde el contexto cubano. Jorge Alfredo Carballo Concepción, Universidad de La Habana.

Las restricciones sanitarias impuestas como respuesta a la pandemia de COVID-19 afectan al desarrollo de la vertiente más social de la cultura joven, especialmente en la música. Imagen de Nicholas Green, Unsplash.
El texto de Silvia Citro alrededor del baile del pogo nos permite encontrar, también, el valor social que adquiere el baile en contextos contraculturales en los que la interacción con el prójimo en un estado de desinhibición y visceralidad permite sacar a la luz la personalidad elegida. Esa máscara social construida en torno a las experiencias, que empuja a los «desviados sociales» a buscar otro tipo de afectos y relaciones, fuera de la sociedad normativa.
[…]
Es por esto que la prohibición —o la recomendación de restricción— del baile acaecida a raíz de la crisis sanitaria puede ser comprendida también como un acto de censura del desarrollo de la cultura underground, ya que frena uno de los actos que más une a este tipo de subculturas, a la par que restringe también el deseado contacto social entre seres semejantes. Se trata de un acto que, como se mencionaba previamente, resulta trascendente desde un punto tanto social como filosófico, ya que nos lleva a frenar el lenguaje no-verbal y social que supone el uso del cuerpo como desfogue, contacto y medio de afecto con los otros. «El cuerpo es un espacio de investidura de poder», leímos a Foucault en este mismo texto. Cabe concluir, entonces, que el hecho de que se nos despoje del cuerpo como objeto lúdico también supone renunciar a parte de nuestro poder social y de contacto de los unos con los otros.
En un contexto de crisis sanitaria, el uso del cuerpo se ve limitado al ejercicio económico y de consumo: ir al supermercado, trabajar, consumir. El ocio se ve restringido a una parcela que ha de ser desarrollada, preferiblemente, en soledad: se fomenta el consumo de plataformas online, se fomenta el acceso a la cultura a través de las pantallas. Para ello, se cierran los espacios ya citados como de seguridad afectiva (salas de conciertos, bailes, discotecas). Mientras, el necesario contacto social también está dirigido a lo digital. La corporalidad social se ve abandonada, dejando de lado también el «estado emocional de pertenencia y afecto» y la máxima de Le Breton: «los afectos son reglas que nos transgreden».
Es necesario volver a repetir que no es el objeto de este texto juzgar la idoneidad de las restricciones establecidas en la crisis sanitaria; tan solo recordar (y reivindicar, en cierto modo) el hedonismo como parte necesaria del desarrollo del ser humano en sociedad. En este momento nuestra sociedad se enfrenta a una grave enfermedad física; pero no se debería obviar a la diversión, la música y el baile como medicinas necesarias para el espíritu. De lo contrario, nos encontraremos al final de esta crisis con una pandemia superada por una sociedad enferma en sus más profundos afectos.
Afecto no es igual a emoción: el baile social y su significación en la música y el sentimiento de la cultura underground. Elena Rosillo.
Lee el número íntegro de Monograma: economía creativa para el desarrollo sostenible en la página web de Monograma.
Imagen de portada de Amauji Mejía, Unsplash.